Vitamina E |“La vitamina de la fertilidad”

La vitamina E se descubrió en 1922, cuando se observó que curaba problemas reproductivos en ratas alimentadas con una dieta rica en aceites vegetales, según explica Laura González, responsable de nutrición y salud de Nestlé, desde los micrófonos de “El Bisturí”. Por este motivo se identificó como “la vitamina de la fertilidad”.

La vitamina E tiene un gran poder antioxidante, contribuyendo a la protección de las células frente a la oxidación ocasionada por radicales libres, compuestos que se forman cuando el cuerpo transforma los alimentos consumidos en energía, como explica Laura González.

 “Las personas también están expuestas a los radicales libres en el ambiente, como el humo del tabaco del cigarrillo, la contaminación del aire o la radiación solar ultravioleta”.

Esta función antioxidante es fundamental para evitar la oxidación de las grasas, lo que se denomina “enranciamiento”, y ocurre con mayor facilidad “en las grasas poliinsaturadas presentes en los alimentos de origen vegetal, como los aceites o los frutos secos”.

Otra de las funciones de la vitamina E es la estimulación del sistema inmunitario, además de ayudar en su función a la vitamina K, anticoagulante, previniendo la formación de trombos; y a la vitamina A, evitando la oxidación de esta en el intestino.

La vitamina E tiene una elevada resistencia al calor y a la acidez, pero presenta una gran sensibilidad a la luz y al oxígeno, por lo que los alimentos que la contienen suelen envasarse en recipientes cerrados y oscuros para protegerlos de estos agentes.

Fuentes de vitamina E

Esta vitamina cuenta con una amplia presencia en los alimentos, aunque sus fuentes principales son las que contienen una importante proporción de grasas, como los frutos secos o los aceites vegetales, pero también está presente en algunas frutas y hortalizas. “En los productos animales se almacena en la grasa, y en los vegetales, normalmente, en semillas y en las hojas verdes”.

Los frutos secos como almendras, nueces, avellanas o pistachos también son muy ricos en vitamina E, así como las semillas de girasol o calabaza. 

También las hortalizas de hoja verde como la espinaca, la borraja o el brócoli tienen un gran contenido en esta sustancia, así como algunas frutas frescas como el aguacate o el mango, o frutas desecadas como los albaricoques, las pasas, el melocotón, los dátiles o los higos.

Las grasas animales como el aceite de hígado de bacalao, los pescados y las vísceras también son fuente, aunque en menor medida, de vitamina E.

Exceso y defecto

La cantidad diaria necesaria de vitamina E varía en función de factores como la edad, siendo de 15 gramos para una persona adulta sana, y alcanzando los 19 gramos en mujeres lactantes. No obstante, estas cantidades son inferiores en niños. 

“Cabe destacar que en en algunos países la cantidad diaria de vitamina E se establece en función de la cantidad de ácidos grasos poliinsaturados de la dieta debido a que estos son muy susceptibles a la oxidación, generando radicales libres que son neutralizados con los niveles adecuados de vitamina E”, afirma Laura González.

El déficit de esta vitamina no es frecuente, pero puede producirse, como expone la nutricionista, en personas fumadoras, en aquellas que tomen dietas muy bajas en grasa o en las que tienen problemas de mala absorción (por ejemplo, en caso de inflamación de la mucosa intestinal). “Las personas con déficit de vitamina E pueden presentar anemia, dolor de las extremidades, problemas de visión y debilitamiento del sistema inmune“.

El consumo de suplementos de vitamina E siempre debe hacerse tras la consulta con un médico o un dietista-nutricionista.